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Leandro Castelluccio
(Imagen obtenida de: link)
Introducción
Este ensayo tiene como propósito brindar una concepción sobre nuestra naturaleza en cuanto al acto voluntario e involuntario, focalizándose en un aspecto concreto del tema: la decisión en el acto voluntario.
Acto voluntario, la decisión
Dentro del marco del acto voluntario, se suele dar especial énfasis en el aspecto de la decisión, aquel sujeto que lleva a cabo un proyecto de acuerdo a un fin, por ejemplo, y considerando a su vez, las causas, cómo es que se produce la decisión en este contexto. Dichas causas pueden ser los gustos y las ganas, aquello que no necesariamente controlamos, lo específicamente involuntario de la conducta. Podría decirse que estos gustos generan deseos más amplio particulares, visto en términos conceptuales.
En la decisión para llegar a un fin, se toma en cuanta el para qué (para qué hago esto) y el por qué, aunque puede que no sean cosas separadas. Pero dicho fin no es aún conocido, ¿entonces cómo es que queremos llegar a eso?, pues bien, tenemos la imagen de aquel fin, y los personajes ejemplares que pueden brindarnos una cierta noción del fin, los valores que manejamos que nos pueden llevar a determinado fin, y se obtiene en definitiva un “creer en cierto fin”. Detrás de todo esto, a mi criterio, debe haber una fuerza que nos impulsa a alcanzarlo.
Ahora bien, el objetivo de este ensayo es profundizar y plantear mis propias opiniones, dadas ciertas teorías, sobre algo en particular, y es el hecho de si poseemos la capacidad para decidir sobre algo, y llegar a un fin, buscar un determinado fin, solo por el hecho de que nosotros así lo queremos, esto es, por un ejercicio de nuestra voluntad. El marco del que estaré tratando es el de la Neurociencia, y lo que esta tiene que decirnos sobre el acto voluntario, pero será necesario previamente mencionar ciertos conceptos claves para entender dicha postura.
Desarrollo
Parecería, a simple vista, que el acto voluntario es de hecho algo real. Todos podemos percibir cierto control sobre nuestros actos, actuamos como queremos, llevamos a cabo los proyectos que queremos, pensamos en lo que queremos, recordamos lo que queremos, etc. En este sentido, somos capaces de tomar decisiones basados en ciertas premisas y con el objetivo de llegar a un fin concreto, desconocido sí, pero que refleja una cierta imagen en nosotros basados en ciertos ideales y valores que nos hacen pensar que eso vale la pena, al menos para nosotros.
Uno podría pensar que la forma en la cual hacemos las cosas o decidimos sobre las cosas está determinada por algún aprendizaje previo, quizás un determinante genético, si nos reducimos a un ámbito biológico, o tal vez alguna experiencia que hayamos tenido recientemente, o el resultado, en definitiva, de una relación recíproca entre todas estas cosas y otras, como se suele plantear hoy en día.
Se puede decir que determinar específicamente, por ejemplo, el aprendizaje que nos determinó a comportarnos de cierta manera, es algo muy difícil de realizar, y sin embargo, si logramos hacerlo, podríamos modificarlo, re-aprender un aspecto que cambiaría nuestra forma de actuar y querer las cosas, y en ese sentido estaríamos autorregulándonos, lo determinante provendría de nosotros mismos y así ganaríamos una cuota de libertad. Ahora, si lo vemos desde un punto de vista de causas, esta supuesta libertad no es más que aparente, en el sentido de que siempre encontraríamos una causa previa que determine el hecho de que nos determinemos (como en la autodeterminación recién mencionada), y siguiendo este ciclo, nunca habría un punto donde nos encontremos indeterminados.
Este tipo de problemas siempre estarán presenten si consideramos la libertad como ausencia de determinismos en el proceso de decisión y acto voluntario. Si nos adentramos profundamente en la forma en que operamos, la capacidad para actuar y decidir, tal noción de libertad más concretamente, parecería no existir. El objetivo aquí no es revisar las concepciones deterministas de la Psicología, como en el psicoanálisis o el conductismo, sino las dadas por el paradigma de la Neurociencia, y lo que esta tiene que decirnos sobre el acto volitivo, nuestra capacidad para decidir y en definitiva, tal concepto de nuestra libertad.
A veces se habla de que la ciencia queda ciega ante la libertad de las personas, y que esta manejaría unos postulados que parecerían auto-validarse mediante el experimento. Se habla de la repetición del experimento y que esto deja por fuera lo único del comportamiento y la vida de una persona. No pienso que la ciencia quede ciega ante la libertad, tenemos que analizar qué concepto de libertad se está discutiendo. En realidad, el problema es que filosóficamente e intuitivamente, permea una noción de libertad humana como la capacidad de actuar, pensar o decidir sin presencia de causas determinantes. Y justamente, creo que la ciencia nos ha demostrado que si a eso le llamamos libertad esta sería una ilusión, y nos lo ha demostrado en muchos niveles. Aquí entra en juego otro asunto, nuestras expectativas y sensibilidades, muchos prefieren creer que la libertad humana sí existe, al menos en algún grado, y no niego que no sea algo reconfortante la creencia de que sí somos libres, pero nada nos puede asegurar que no vivimos simplemente bajo una ilusión, por el contrario, la evidencia que surge desde la ciencia nos afirma el hecho de que tal concepto de libertad no existe, por lo que debemos percatarnos de asociar la autoestima con la ausencia de causas.
Si realmente la ciencia estuviera sumergida en un mundo de premisas epistemológicas auto-validantes, entonces estaríamos dentro de un mundo ilusorio, a mi entender, pero hasta ahora cada vez que suelto un objeto este cae al suelo, cada vez que oprimo el interruptor, la luz se enciende, cada vez que digito una letra en el teclado esta aparece en el monitor, así, los modelos, postulados y teorías tienen una correspondencia con la realidad. Distintas son las premisas que puede manejar una persona y que actúan como filtro ante determinadas situaciones descartando información de la realidad que puedan contradecirlas y captando aquello que las reafirman, por lo tanto auto-validándolas, como ocurre con el fenómeno denominado “visión de túnel” o como Beck en Psicología se refería con “abstracción selectiva” y que representa un error lógico en el procesamiento de la información. También como ocurre cuando una persona cree que a los demás simplemente no le agradan su presencia y este actúa mediante esa idea, causando efectivamente que los demás no le agraden y se comporten como tal, auto-validando de esta forma su propia creencia. Lejos de que esto no ocurra en el ámbito de la ciencia, debido a errores, el esquema planteado en la ciencia es que cuando se tiene una hipótesis y es contrastada con la realidad mediante el experimento, esta puede resultar rechazada. Lo estricto de las pautas con las que se trabaja en el experimento es necesario para poder establecer posteriormente relaciones de causa-efecto que estén dada por variables conocidas y manipuladas. Las conclusiones que salen del experimento no son simplemente válidas para el experimento, sino para la realidad en sí (en un último nivel). Cuando algo se confirma en el experimento, esto es valido en todas las situaciones posibles aplicables. Las leyes que hemos descubierto y comprobado aquí en la Tierra serían así validas en todos los confines del universo, en la medida que las condiciones se cumplan.
En un segundo nivel de esta discusión, es importante aclarar la noción de la Neurociencia sobre la mente porque nos aclara la forma en que operamos.
Dos concepciones se han planteado a lo largo de la historia en lo referente a los elementos constituyentes de nuestro mundo. Por un lado se encuentra la posición que podría denominarse “dualista” que considera que el universo está formado por dos clases de entidades: materia y una especie de sustancia inmaterial. Esta postura se refleja en la filosofía dualista de Descartes en relación a la naturaleza de la mente. Por otro lado, encontramos la posición “monista” que dice que el universo está formado por materia y energía. En la actualidad la mayoría de científicos tiene una posición monista, sobre todo en el ámbito de las Neurociencias. La postura dualista de Descartes de nuestra naturaleza como mente (sustancia inmaterial) por un lado y cuerpo por otro parece que ha perdido fuerza hoy en día. Otras concepciones han surgido, como el funcionalismo, la teoría de identidad o la teoría del materialismo eliminativo. Personalmente, pienso que una posición monista es la más sensata a tomar en cuenta, dado que no poseemos ninguna evidencia de entidades o substancias inmateriales (en el sentido de distintas a la materia-energía) y no vemos como estas podrían afectar al mundo. Si consideramos que nuestra mente es un resultado primordial de una entidad inmaterial, estaríamos yendo contra-corriente, por ejemplo, de toda la evidencia recabada por los neurocientíficos hasta ahora sobre como aquello que denominamos estados mentales dependen de nuestro cerebro. En cierto sentido, estaríamos cometiendo una violación a la navaja de Okham, ya que si consideramos que tenemos pensamientos, sentimientos y demás de tipo consciente, y tenemos un cerebro, ¿por qué atribuir estos aspectos a algo inmaterial desconocido, cuando tenemos suficiente evidencia de la implicación del cerebro en estos? La explicación más parsimoniosa es que el cerebro expresa dichos pensamientos y sentimientos, al menos en algún nivel, sin negar el involucramiento de otras entidades en la construcción de aquello que denominamos mente.
La visión de las cosas y de nuestra naturaleza psíquica como material implica una cuestión muy importante, y es que si la materia está sujeta a leyes que determinan los fenómenos, ¿qué hace que nosotros no estemos determinados por leyes semejantes?
En primer lugar, si quisiéramos, por ejemplo, levantar un brazo, ciertos grupos de neuronas deberían de activarse, aquellas que controlan los movimientos que deseamos ejecutar, ¿pero cómo podemos nosotros activar un grupo de neuronas? Como sujetos, no podríamos. La iniciación de un potencial de acción, por ejemplo, aquello que permite transmitir impulsos nerviosos, requiere de un proceso de apertura de canales iónicos de sodio en el montículo del axón generalmente (parte de la neurona). A este nivel, los fenómenos dependen de propiedades físicas y químicas y de las características de las estructuras biológicas en juego, donde para desatar un potencial de acción, cierto umbral de disparo debe ser superado gracias a la acción de potenciales graduados que se suman dadas las conexiones con otras neuronas. Estas últimas para enviar una señal deben también de pasar por los mismos procesos. Podríamos decir que no podemos conscientemente activar un canal de sodio, tal fenómenos escapa a nuestra competencia. Y lo que es más, si quisiéramos conscientemente hacer esto, necesitaríamos activar dichos procesos en primer lugar para ser conscientes de querer hacerlo, lo cual no podemos realizar voluntariamente, dado que no podemos ser conscientes antes de ser conscientes, resulta paradójico, por lo que los fenómenos deben darse en un punto en un ámbito inconsciente, el cual escaparía de nuestra voluntad. Podemos verlo de esta forma, para yo poder levantar un brazo en determinada forma primero debe gestarse el proceso en un ámbito inconsciente, así distintos patrones de activación expresarán el deseo de mover el brazo, y luego se llevará a cabo el acto. Pero si surge de un ámbito inconsciente y no lo podemos controlar, entonces todo el acto supuestamente volitivo deja de serlo. Esto es lo que demostraría un experimento llevado a cabo por Benjamín Libeten los años 1980 (Libet, Gleason, Wright, & Pearl, 1983; Libet, 1999).En este, Libet pedía a sujetos escoger un determinado momento que ellos quisieran para realizar un movimiento a medida que él analizaba la actividad cerebral de dichos sujetos. Luego Libet descubrió que el cerebro se ponía en funcionamiento para dicha actividad medio segundo antes de que el sujeto siquiera tomara la decisión de moverse, en otras palabras, la actividad cerebral inconsciente que llevaba a la voluntad o decisión consciente del movimiento iniciaba medio segundo antes de que la persona de forma consciente decidiera hacerlo. A la “masa” de carga eléctrica se la denominó “potencial de estar listo”. Los hallazgos de Libet han sugerido que las decisiones de un sujeto son primero conformadas y provienen desde un nivel inconsciente, y luego son trasladadas a una “decisión consciente”. El hecho de que el sujeto crea que todo ocurrió bajo su voluntad se debe exclusivamente a la visión retrospectiva del evento.En otras palabras, lo que Libet encontró es que los procesos inconscientes son los responsables del “acto volitivo” y el libre albedrío no entra en juego en ningún momento. Al activarse el cerebro para realizar una determinada conducta previamente a que tengamos siquiera la intención de manifestar dicha conducta, la capacidad de nuestra conciencia para llevar a cabo un acto parece no existir. De todas formas, Libet plantea un espacio en su modelo para el libre albedrío con lo que denomina poder del veto, que dice que los esfuerzos conscientes del sujeto pueden suprimir los impulsos inconscientes que ocasionarán un acto voluble. Sin embargo, esto no significa para Libet que las acciones inconscientemente manifestadas dependan de la confirmación de la conciencia, más bien se trata del hecho de que la conciencia posee el poder de negar la actualización de los impulsos inconscientes, pero no puede originarlos. Además, todavía tendríamos aquel problema de la activación de un patrón de actividad neural necesaria, por ejemplo, para que el cerebro se “de cuenta” de que ha manifestado una conducta determinada, lo cual implica procesamiento de información. Y si consideramos la planificación de actividades en el tiempo, digamos las actividades del día de mañana, o dentro de un rato, el interruptor de la consciencia de los milisegundos resultaría insignificante (Libet, Gleason, Wright, & Pearl, 1983; Libet, 1999).
Si la autoconciencia que nos llevaría a los fenómenos volitivos, a las decisiones basadas en el conocimiento de nosotros mismos, no cumple aparentemente según estos experimentos función alguna, ¿por qué la poseemos? Cierta concepción de lo que es la conciencia puede brindarnos una respuesta.
Se han realizado ciertos experimentos con pacientes con cerebro dividido (pacientes cuyo cuerpo calloso ha sido seccionado que hace que ambos hemisferios del cerebro queden separados, sin comunicación alguna), que han aportado ciertas nociones sobre la naturaleza de la consciencia (Carlson, 2006). Neil Carlson en su libro Fisiología de la conducta, da el ejemplo de sentir un olor determinado cuando se tiene cerebro dividido. El sistema olfativo, ha diferencia de otros sistemas sensoriales, no está cruzado, esto es, la información (los olores) percibidos en la ventana nasal izquierda son procesados por el hemisferio izquierdo, mientras que los olores captados por la ventana nasal derecha son procesados por el hemisferio derecho. Ahora, para la mayoría de los individuos, las regiones responsables de la comunicación verbal se encuentran lateralizadas en el hemisferio izquierdo. Lo que ocurre cuando a un paciente con cerebro dividido se le coloca un aroma cerca de la nariz, pero con la ventana nasal izquierda tapada, es que no percibe conscientemente el aroma. Sin embargo, el hemisferio derecho lo identifica (la ventana nasal derecha está descubierta), si se le pide a la persona que señale a partir de un conjunto de objetos el que corresponde al aroma, este lo hace, sólo utilizando su mano izquierda, controlada por el hemisferio derecho (que detectó el aroma), pero la persona no puede percibir conscientemente el mismo, dado que la información no ingresa a los centros encargados de la comunicación verbal lateralizados en gran medida en el hemisferio izquierdo. Por el contrario, si se le da al sujeto un aroma con la ventana nasal izquierda descubierta este puede percibirlo y decir de qué se trata, dado que la información alcanza las regiones del hemisferio izquierdo responsables de la comunicación verbal. Todo esto sugiere que los individuos llegan a ser conscientes de las cosas cuando la información alcanza las regiones del leguaje. Estas conclusiones derivadas del experimento son muy reveladoras, dado que podrían indicar que la conciencia en realidad es mero fruto de nuestra capacidad de comunicarnos y reflexionar verbalmente sobre nuestra experiencia, y no algo que haya surgido directamente. Quizás esto no es del todo así, solo la investigación podrá decir con el tiempo si se está en lo correcto, pero de así serlo, podría indicarnos el por qué somos conscientes si nuestros cerebros no dan lugar a la conciencia en el acto voluble, como mencionaba anteriormente. La idea es que indistintamente de la precisión de las conclusiones de tal experimento, la cuestión aquí es dejar en claro que la noción de conciencia refiere a un fenómeno concreto diferente a lo que la noción intuitiva de “hacer algo conscientemente refiere”, donde suponemos que la conciencia implica una especia de auto-determinismo y un fenómeno desde el cual se ordena hacer cosas, llevar a cabo actos o tomar decisiones, de forma que conciencia y acto volitivo pueden en realidad referir a procesos diferentes e independientes.
Reflexión final
Existe una delgada línea entre considerar la falta de libre albedrío como algo liberador, considerando que no somos en última instancia los responsables de lo que nos ocurre, y que realmente no haya libre albedrío al punto de que debamos dejar todo a la suerte y no tomar iniciativas sobre las cosas. El cambio profundo debería ser a nivel de la forma en que pensamos y nuestra capacidad de influir en lo que nos rodea. Porque en definitiva el ser humano toma decisiones, actúa y ejerce una voluntad, que esto ocurra bajo un proceso causado es otra cosa, que no excluye la posibilidad de hacernos cargos de nuestros actos. Pero a su vez, podrían haber efectos positivos si tenemos en cuenta que la responsabilidad no es una carga absoluta pues las cosas suceden bajo un curso determinado.
Una buena analogía es quizás la del árbol. Un árbol crece según una manera en particular dada por ciertas causas en su biología y ambiente. En el caso del ser humano podemos complejizar el proceso, pero la idea es la misma, crecemos y nos comportamos de acuerdo a ciertas causas. En ningún momento el árbol o cualquier organismo deja de manifestarse en un proceso causado, esto no hace que la vida del organismo sea menos digna o bella, por el contrario, como seres humanos, entender nuestra condición nos hace más sabios, y que como un árbol, surgimos, nos desarrollamos y tenemos una vida particular acorde a ciertas causas.
Fuentes
Carlson, N. R. (2006). Fisiología de la conducta Madrid Pearson Educacion.
Libet, B., Gleason, C. A., Wright, E. W., & Pearl, D. K. (1983). Time of conscious intention to act in relation to onset of cerebral activity (readiness-potential) the unconscious initiation of a freely voluntary act. Brain, 106(3), 623-642.
Libet, B. (1999). Do we have free will?. Journal of consciousness studies, 6(8-9), 47-57.