Un impasse del liberalismo

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Leandro Castelluccio

Foto de portada: Javier Milei, político, economista y escritor argentino de filosofía política libertaria, asociado a la escuela austriaca de pensamiento económico.

Por largo tiempo el mundo de la política ha estado dividido en izquierda y derecha, conservadores y progresistas. A la par de ello, en otro eje de categorización están los modelos que ponen en balance el grado de libertad individual al que suscriben, generando otro punto de comparación, quizás más exacto, donde encontramos a los libertarios por un lado y los intervencionistas por otro. El libertario no se encuentra ni a la derecha ni a la izquierda en el otro rango de categorización, pues si bien aboga por libertades económicas y libre mercado, asociado generalmente a una postura de derecha, también suscribe a libertades sociales, como la legalización de las drogas, la despenalización del aborto, el matrimonio entre personas del mismo sexo, etc., que generalmente se asocia a una postura de izquierda. 

El libertarismo como tal es una filosofía política y un movimiento que defiende la libertad como un principio central, abogando por maximizar la autonomía y la libertad política, enfatizando la libre asociación, la libertad de elección, el individualismo y la asociación voluntaria. En general en este movimiento se defiende un concepto negativo de la libertad, donde el ejercicio de los derechos individuales no demanda la obligación de un tercero, pues según la postura esto violaría tales derechos. Por ejemplo, el derecho a la educación o la salud implicaría, metafísicamente hablando, la obligación de un tercero a garantizarlos, ya que estos servicios deben ser ofrecidos por alguien. Moralmente se puede plantear el caso de qué ocurriría si las personas que pueden ofrecer estos servicios son obligados por la fuerza a garantizarlos. La trascendencia de hablar de un derecho a la salud o la educación se plantea en el marco de una entidad como el Estado que vele por estas necesidades básicas, a lo que los libertarios responden que la forma justa es mediante el consentimiento voluntario. Debemos notar que no hablamos de pagar por un servicio, mientras haya acuerdo voluntario, alguien puede optar por ofrecerlo gratuitamente. El debate fundamental sobre esta postura es qué sucede si las personas, o al menos una proporción de la población de un país, no pueden costearse su salud y educación. Una solución planteada es financiar estos servicios mediante impuestos. Los libertarios argumentan que la tributación viola el derecho de propiedad. Los mismos suelen plantear que en un sistema de libre mercado se generan las mejores condiciones para que el mayor número posible de personas pueda tener asegurados estos servicios. 

El movimiento parece haber crecido en ciertas regiones y comunidades. Contiene a su vez distintas posturas en cuanto al rol del Estado y la proporción de las intervenciones, como los minarquistas o los anarcocapitalistas. Es un movimiento que resalta sus bases morales y éticas frente a lo que sus fieles consideran actos injustos contra el individuo. Conforma entonces un conjunto de valores que se expresan en sus allegados en una especie de cruzada contra la tiranía del Estado y la violación de los derechos individuales.

Hoy en día, si lo comparamos con el estatus quo, ser libertario es revolucionario, rebelde, lo cual se integra muy bien con el afán juvenil de plantar cara contra el sistema. Por eso, si bien la izquierda ha calado bien tradicionalmente en la gente joven, cada vez más el movimiento libertario gana más adeptos dentro de este grupo etario. Tanto para el movimiento libertario, como el progresista, la juventud le otorga una impronta de sacudida y modalidad combativa, pero muchas veces peca de falta de escrupulosidad. Una visión más ilustrada que no consiguen integrar hasta los más maduros pensadores, con años de reflexión en las bases filosóficas de ambos espectros políticos.

Ahora, debemos separar dos mundos diferentes. Uno, el de la teoría y los grandes pensadores, que con profundo insight y de forma metódica vislumbraron el poder de la libertad individual y las distintas formas en cómo esa libertad es pisoteada. Muchas de estas ilustres figuras a su vez tenían un concepto del bienestar y el progreso humano que se integraba muy bien con sus postulados. A su vez, sus ideas surgen en un contexto donde su pensamiento es relevante, pero siempre nos quedará la duda de qué pensarían en el mundo de hoy en día y el grado de aplicación o pertinencia de los distintos aspectos de sus ideas. Y luego tenemos a los seguidores de estos pensadores, que es otra historia. 

Hoy en día gran parte de los files de una ideología política compartimentan la vida humana y simplifican su complejidad, sumado a una visión totalmente polarizada, que se expresa con fervor, sobre todo en el nuevo mundo de las redes sociales. Que la gente hable sin realmente saber y que piense que sabe no es nada nuevo. ¿Este prototipo de militante moderno realmente hace justicia de las ideas que dice defender?  Y como sucede con muchos militantes políticos hoy en día, de todos los espectros políticos, un número creciente de libertarios modernos, del tipo que uno se encuentra hoy en día en las redes sociales, adolecen de una profunda creencia de que están en lo cierto. Armados con la propiedad sobre la verdad, denotan un profundo egoísmo y arrogancia, que impide cualquier diálogo y debate inteligente. Y esta actitud y postura alimenta la indignación que sienten frente a todos aquello que no están de acuerdo con su posición, o que osan hacer algo que sienten como una violación de sus derechos, generando un caldo de cultivo de agresividad y odio.

Esto último es tan penetrante en el día a día de las discusiones políticas que cada vez resulta más sorprendente que una persona de izquierda y derecha que ven lo mismo se pongan de acuerdo, cuando en realidad debería ser algo natural y común. Pero al pasar el filtro político las cosas cambian. Sin embargo, cabe notar que, si prestamos adecuado detalle, a fin de cuentas, la obsesión conservadora contra el matrimonio homosexual es igual de bizarra que la obsesión progresista contra la libertad económica y la militancia por la estatización de las empresas. Si damos un paso atrás en cuanto a abstracción, casi todos vemos un problema en alguien que no puede costear su salud, o que no tiene posibilidades de estudiar porque tiene que mantener una familia, aquí es el punto donde debemos trabajar para empezar a generar acuerdos y puentes de diálogo entre las personas. 

¿Es posible reconciliar a los progresistas y liberales en un mundo político tan polarizado? ¿Podemos trascender nuestras posturas y visiones de derecha vs izquierda? ¿Podrá usted lector decir que soy libertario al finalizar este articulo? Confío en el poder abrumador y transformador que tiene la libertad en pos del bienestar de las personas. Pero lo dejo a que termine de leer estas páginas para sacar su conclusión.

Si buscáramos un balance en este movimiento libertario, ¿dónde lo encontraríamos? Existe el libertarismo de izquierda, ¿podría ser algo parecido a eso? En política, el problema de categorizar el mundo brilla con firmeza. La realidad no se divide en izquierda y derecha. Lo que necesitamos es una visión global de orientación objetiva sobre los factores que maximizan el bienestar humano. En general la mayoría de las personas no da un paso atrás en ese sentido para ver las cosas desde otro ángulo. El mundo es como un gran árbol lleno de ramas y hojas. Si quisiéramos categorizar ese árbol, dividirlo en partes, nos encontraremos que las herramientas que tenemos, conceptuales y lingüísticas, tiene una naturaleza distinta al árbol. Nuestras herramientas argumentativas son cuadradas, rectas, marcan trazos firmes, mientras que el árbol tiene formas irregulares, indefinidas, que van para aquí y para allá. Cuando superponemos una cosa con la otra, por más que lo hagamos de la mejor manera posible, nos damos cuenta en poco tiempo que lo que estaba en una categoría ahora pasó a la otra, o cambió rotundamente. Pues el árbol está en constante desarrollo, crece, cambia, mientras que nuestros conceptos suelen ser rígidos e inmutables. Y después nos sorprendemos al encontrarnos con alguien de izquierda que está en contra del aborto, por ejemplo, o alguien de derecha a favor, y así con muchos ejemplos. Y aunque tratemos de medir bien las bases de cada subcategoría del libertarismo, las personas no necesariamente se amoldan a una u otra, sino que se mezclan entre varias, a lo que se suma los cambios de opinión con el tiempo, otro problema de encasillar a alguien.

Los problemas que quiero destacar aquí nacen de una concepción contemplativa de la interdependencia de las personas y de los altos estados de recompensa que los individuos pueden cultivar.

Podríamos hablar del creciente interés en el libertarismo de izquierda, que sostiene que los agentes son dueños de sí mismos y que los recursos naturales (tierra, minerales, aire y similares) pertenecen a todos en un sentido igualitario. De esta forma el libertarismo de izquierda está de acuerdo sobre el tema de la propiedad de nuestro cuerpo, pero discrepa radicalmente sobre el poder de adquirir la propiedad de los recursos naturales. En ese sentido muchos podrían plantear que el libertarismo de izquierda parece prometedor porque reconoce fuertes derechos individuales de libertad y seguridad y también fundamenta una fuerte demanda de algún tipo de igualdad material (Vallentyne & Otsuka, 2005). 

Pero el debate falla en revelar que esto no es una cuestión de que la propiedad de las cosas sea de uno o de todos, del que primero descubrió un recurso o que indistintamente de esto la propiedad es de todos, por ejemplo. Metafísicamente, no se le puede adjudicar verdad a ninguna de las dos posturas. No existe conexión entre los recursos del planeta y los seres humanos en el sentido de que los mismos no están allí para ser usufructuados por nosotros ni por nadie en particular. Pero sí es importante para el bienestar humano y para cultivar altos estados de recompensa que las personas puedan hacer uso de recursos, tener propiedad y al mismo tiempo que haya agentes (personas, grupos, o un Estado) que promulgue cierto tipo de utilidad de recursos en pos de dicho bienestar. ¿Por qué planteo esto? Pues imaginemos que todos los propietarios decidieran eliminar el paisaje natural, los bosques, parques y praderas y construir edificios y suelos cubiertos de asfalto, ¿podemos concluir realmente que esto está bien, si bien no deseable, solo por el mero hecho de que todos están de acuerdo y se respeta la propiedad individual? No se trata de plantear que eso estaría mal porque afecta la vida de terceros, si eliminamos esos recursos naturales, imaginemos que todos están de acuerdo. Se trata de que independientemente de lo que las personas decidan en un momento puntual, bajo consentimiento voluntario, existe un perjuicio moral, una situación que es peor y que debe ser evitada. Tenemos la obligación ética de protegernos de este tipo de escenarios en base a un entendimiento profundo de nuestro bienestar, independientemente de lo que las personas acuerdan libremente. En este sentido, una entidad como un Estado que protege y salvaguarda el espacio natural, y vela por la conservación de los recursos naturales, llega a ser no solo deseable, sino un mandato ético por el que debemos trabajar.

En otro orden, los libertarios suelen vivir en un mundo autoreferenciado y profundamente egoísta. Y la cuestión no es si el egoísmo es algo bueno o malo, siguiendo por ejemplo al objetivismo de Ayn Rand, quien defiende un egoísmo racional y rechaza el altruismo, sino que nuestro ego no se entiende sin nuestras relaciones con los demás. Podríamos ir incluso un paso más y comprender que no hay siquiera un ego para defender o atacar. Esto se integra a su vez a un profundo problema de considerarse independiente, soberano y no sujeto a obligaciones profundas hacia los demás. El “todo lo que yo haga está bien mientras no me meta en la vida de los demás y viceversa” en realidad esconde un profundo egoísmo, falta de insight y perspectiva sobre el bienestar general.

De esta forma, la falla crucial de la impronta libertaria está en no comprender la interdependencia de las personas de un modo profundo, donde las obligaciones hacia los demás son vistas como imposiciones más que como un hecho justificado y forma de crecer personal y colectivamente. Las obligaciones de hecho emanan de la cualidad elemental de que toda libertad individual y proyecto de vida personal nace de la intersección de relaciones con los demás. La aproximación libertaria es una que separa “yo-otro” conceptualizándolos como cosas distintas sin comprender que no se puede maximizar la libertad personal y las posibilidades de recompensa en la vida propia sin velar por el bienestar de los demás.

Desde un punto de vista ético, existen bienes mayores que podemos plantear en comparaciones que no favorecen la posición libertaria. Por ejemplo, en un escenario donde no hay impuestos, pero la gente pobre es abandonada a su suerte, es peor éticamente que un estado donde existen algunos impuestos, pero se asiste a las personas pobres, con enfermedades y desprotegidas. Pensemos en el sistema de salud de Estados Unidos y los elevados costos de contraer una enfermedad como el cáncer. Nadie está exento de que le pueda pasar, pero que además uno deba entrar en bancarrota por ello, como llega a suceder en dicha nación, es una flagrante violación a los derechos humanos fundamentales. Si hemos de cobrar impuestos y utilizarlos para asistir a aquellos que por más que trabajen y se esfuercen no pueden pagarse sus servicios esenciales (para la vida), hemos de destinarlos a este tipo de cosas que son fundamentales. No hay ecuación económica y argumento ahorrativo que pueda permanecer de pie frente a la salud humana. Hay marcos de referencia que éticamente no tiene cabida en ciertas cuestiones. La salud es una de ellas. Incluso los medicamentos de mayor costo, de ser efectivos, deben ser provistos, porque eso representa fundamentalmente un bien mayor que la no aplicación de impuestos o el ahorro de dinero. Este tipo de cosas debemos plantearlas ahora sobretodo, porque ya no vivimos en un mundo de escases, contamos con amplios recursos globalmente con la capacidad de mejorar significativamente la vida de las personas. 

Este tipo de valores éticos mayores aparecen en muchos ejemplos donde usualmente los libertarios dividen la relación entre sufrimiento del otro y bienestar personal. Los libertarios tienden a separar las cosas, yo-otro, cuando lo que hay en realidad es una interdependencia. Pongamos el caso que alguien crea una fuente de energía infinita o una cura para una enfermedad, pero no la comparte y se la guarda para si misma. ¿Hasta que punto no es ético robarle el invento, por más que sea poco liberal? El punto es que esta acción implica un mayor estado de recompensa, una sociedad en mejor posición. Dejar a los más pobres y con severas dificultades a la iniciativa individual, privada o de caridad, también es un peor estado ético que uno donde las personas no se ven preocupadas por la falta de condiciones esenciales en base a una aproximación sistémica de garantizar estas carencias.

Pensemos a su vez en las políticas públicas, ¿cómo encajan éticamente frente a la posición libertaria general? Aplicar impuestos y regulaciones a ciertos productos y servicios es una forma que puede ayudar a velar por la salud pública y la seguridad de las personas, pero en general los libertarios rehúsan de una entidad que se posicione como una especie de figura paternal que les diga qué hacer, si tener sal en la mesa de un restaurante, que un producto lleve un etiquetado alertando excesos de grasas o azúcares o que llevemos casco o cinturón de seguridad en los medios de locomoción, etc. (Mozaffarian & Ludwig, 2014). 

Lo cierto es que aplicar este tipo de medidas funciona. Como indican Thow, Downs y Jan (2014), el gravamen de productos no saludables, por ejemplo, disminuye su consumo y aumenta el consumo de alimentos saludables, más aún si estos son subsidiados. Este tipo de medidas tiene el potencial de salvar miles de vidas. Si hablamos de cómo el libre mercado mejora la vida de los más pobres como suelen argumentar los libertarios, debemos notar como el cáncer es injusto y afecta de manera desproporcionada a las personas pobres. Las personas que se benefician mayormente de estas políticas públicas son las personas con menores recursos. Pero muchos libertarios, quizás la mayoría, estarían en contra de este tipo de medidas porque atenta contra la libertad individual. Argumentan que lo que uno se pone en su cuerpo es de incumbencia de cada uno y nadie más puede meterse en el asunto. ¿Pero realmente es tan así? Los libertarios parecen moverse en este sentido en una nube muy peculiar que no deja ver cuestiones más profundas. ¿Quién paga por ejemplo por los costos de la producción de alimentos insalubres? ¿Está perfectamente bien fabricar cualquier cosa, en la medida que se intercambie voluntariamente entre adultos responsables? Aquí debemos entender un concepto holístico, social, de factores que afectan la vida individual que trascienden en cierta forma las decisiones individuales. Como indica Buettner (2016), las personas más longevas del planeta viven en comunidades que naturalmente favorecen comportamientos y hábitos saludables. Rara vez estas personas tomaron decisiones individuales conscientes de formar hábitos saludables, simplemente ocurrió naturalmente dado el entorno generado. Este enfoque holístico, interviniendo en el sistema, resulta en muchos casos más efectivo para resolver determinados problemas en la comunidad que depender de las decisiones individuales de sus integrantes. 

Aquí falla de nuevo el entendimiento de la interconectividad de las personas. Lo que uno se pone en el organismo no es exclusiva responsabilidad de uno mismo. Si uno cree que comer hamburguesas grasosas y papas fritas, pollo frito y dulces no afectará a los demás comete un error. Cuando a raíz de ello uno tenga un infarto, o desarrolle Alzheimer si se tiene la suerte de llegar a una edad avanzada, quizás uno ya no sepa la angustia que le genera a sus hijos y familiares cercanos, y la carga para los servicios de salud, pero será un hecho de todas formas. 

Al mismo tiempo, parece como si se partiera de la base de que las personas tienen en todo momento control absoluto de sus decisiones. Pero el elegir una comida saturada de grasa y sal suele ser más un hackeo cerebral que una decisión plenamente consciente. ¿Cuántos de nosotros de hecho luchamos contra esas opciones cuando sabemos que deberíamos elegir el plato más saludable?

Muchos libertarios sacan a la luz una postura de autosuficiencia, planteando que no necesitan la ayuda de los demás y que cualquiera puede tener éxito en base al esfuerzo personal y velar por sus propios intereses en base al trabajo y el compromiso. Aquí entra en juego muchas veces el orgullo, y hasta una concepción un tanto masoquista, hasta podría decirse machista y patriarcal, de la valía personal y la autoestima, que no da paso a un enfoque más práctico y sabio. No necesitamos cargar con la mochila de querer salir adelante por nuestra cuenta sin pedir ayuda de otros. La realidad golpea de forma dura y clara, y hay una contundente desventaja por ejemplo en aquel que trabaja y tiene hijos que cuidar donde al mismo tiempo hace una carrera universitaria, que en aquel cuya carrera es pagada por la familia y está dedicado exclusivamente a eso. El adulto es responsable de muchas cosas, se suele decir, sobre todo de adultos conservadores de mediana edad a jóvenes que reclaman educación universitaria gratuita, por ejemplo. ¿Pero la responsabilidad personal realmente le hace justicia a la igualdad de oportunidades? ¿Puede alguien sin dinero y que tiene que salir a trabajar rendir igual en el estudio que sus pares que no lo requieren? 

No podemos dejar de hablar de la riqueza de las personas, que también es un punto de interdependencia. Los ricos no serían nada sin personas que consuman, dando un porcentaje pequeño de su trabajo a cambio. Es fácil decir “yo hice mi riqueza con mi trabajo y esfuerzo”, sin percatarse que si no fuese porque hay gente que compra lo que uno ofrece, uno no obtendría nada, eso sin entrar a destacar que lo que uno ofrece es el resultado de un montón de circunstancias que nos trascienden. No somos el centro del universo. Y no es seguro que la gente compre nuestro producto o servicio independientemente de las circunstancias. Es profundamente más racional, desde un punto de vista personal, asegurarse de que las personas estén bien para que tengan la posibilidad de intercambiar su trabajo por el nuestro. Y esto implica educación, salud, entre otras condiciones. Una gran parte de los que somos está basada en el esfuerzo de otros, parece tener poco sentido de un momento a otro separarnos y decir que solo me importa mi vida o que lo que uno tiene es gracias al exclusivo esfuerzo personal.

No podemos dejar de hablar de lo que de nuevo se plantea como una dicotomía del tipo yo-otro, y es la de seguridad-libertad. De nuevo aquí, una cosa no se entiende sin la otra. Y, de hecho, la seguridad se correlaciona más con la felicidad que la libertad (Buettner, 2017). Hay cosas que eran relevantes antes, con el avance tecnológico actual y los recursos actuales el panorama ha cambiado mucho. Hoy en día en los países más felices la gente no debe preocuparse por tener acceso a salud y una buena pensión, y así la gente puede dedicarse a cosas que llenan más su sentido de vida. ¿Qué pasa allí con los impuestos? ¿Realmente están en contra del individuo o lo favorecen? Una sociedad altamente educada con inversión en la infancia y en la salud, es a su vez una sociedad más segura, donde la gente no debe preocuparse por cosas como la delincuencia, un hecho interdependiente como otros, que erróneamente suele atribuirse a malas decisiones individuales. ¿En qué sociedad preferiría uno vivir, una donde existe cero inversión en la infancia y la marginalidad es algo común, donde debemos privadamente protegernos de la delincuencia si podemos, o una donde destinamos una buena porción de nuestro dinero a formar personas educadas más inmunes a la perspectiva de un camino de delincuencia? 

Muchos libertarios al preguntarles sobre países como Noruega o Finlandia enseguida resaltan el hecho de que son países con altísimos niveles de libertad económica, lo cual es correcto. Pero eso no es del todo un argumento, porque si bien son altamente pro libre mercado, también han decidido hacer un uso colectivo particular de su riqueza y recursos, donde se ha buscado una visión íntegra del ser humano basada en la protección de necesidades básicas y la promoción del desarrollo de la persona. 

Ahora bien, el beneficio o “profit” del mercado también está en congruencia con los mayores estándares éticos y existen muchos ejemplos de ello. Tomemos el caso que diéramos indiscriminadamente préstamos impagables, van a terminar perdiendo muchos más cuando el banco quiebra y deja sin trabajo a las personas y sin financiación a inversiones que generan empleo donde se destrozan los fondos de los ahorristas. Tampoco es realista, o justo o se puede esperar que una persona tenga que postergar sus intereses por la obligación de satisfacer la necesidad de un tercero, llevado a un extremo es como decir no podemos ser felices hasta que ya no haya niños con hambre. Y cualquier estado intermedio y dentro de un mismo país contiene la misma premisa cuestionable. Hay un extremo dónde la ponderación de un interés propio exclusivo se vuelve injusto y antinatural y choca con nuestras tendencias naturales en pro de la igualdad. Pero lo mismo pasa en el lado opuesto, la ponderación exclusiva por una igualdad niega los intereses exclusivos de las personas que también es una tendencia natural y sana del ser humano. La cuestión está entonces en generar un justo balance. Me gustaría un Estado que ayude a los más necesitados, pero con mecanismos que no afecten el interés individual y que no le quiten relación costo beneficio del tiempo que uno tiene para vivir y disfrutar de la existencia.

A fin de cuentas, la razón profunda por la cual el libre mercado por sí solo no parece en sí la forma óptima de maximizar el bienestar humano es porque las personas son torpes y poco sabías a la hora de encontrar las razones profundas que promueven el bienestar. De esta forma, la reducción de la actividad humana que ha generado la pandemia actual del Covid-19 no genera una crisis económica porque sí, sino porque la actividad humana que hacemos y se ve reducida es una actividad que trabaja en pos de elementos de consumo superfluos e innecesarios en vez de enfocar nuestra atención en cosas más importantes, desde el punto de vista del bienestar humano como elemento de comparación. Pero el libre mercado tampoco está pensando para optimizar, simplemente para asegurar la posibilidad de que como individuos podamos encontrar el camino óptimo. Y en consecuencia resulta al menos extremadamente bueno dado los beneficios que ha generado y genera, ¿pero es suficiente? ¿Podemos incursionar en medidas promulguen ciertas cosas y vele o genere ciertos incentivos sin que terminen jugándonos en contra y nieguen un bien mayor? ¿Podemos hacer esto sin atropellar la libertad individual y la posibilidad de los altos estados de recompensa y de esa forma encontrar un punto óptimo? Creo que aquí se juega el futuro trabajo en materia de organización de nuestra sociedad y la verdadera perspectiva de defender los valores de la libertad y el bienestar humano.

Referencias

Buettner, D. (2016). El secreto de las zonas azules: Come y vive como la gente más saludable del planeta (Spanish Edition) (1st ed.). Vintage Espanol.

Buettner, D. (2017). The Blue Zones of Happiness: Lessons from the World’s Happiest People. National Geographic Books.

Mozaffarian, D., Rogoff, K. S., & Ludwig, D. S. (2014). The real cost of food: can taxes and subsidies improve public health?. Jama312(9), 889-890.

Thow, A. M., Downs, S., & Jan, S. (2014). A systematic review of the effectiveness of food taxes and subsidies to improve diets: understanding the recent evidence. Nutrition reviews72(9), 551-565

Vallentyne, P., Steiner, H., & Otsuka, M. (2005). Why left-libertarianism is not incoherent, indeterminate, or irrelevant: A reply to Fried. Philosophy & Public Affairs33(2), 201-215.

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