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Leandro Castelluccio
A nivel político y del Estado en general no deben existir hombres o mujeres, solo individuos.
Frecuentemente surge el debate acerca de la ley de cuotas femenina en la actividad política, hecho que encuentra defensores y detractores ya sea que se debata su implementación o su continuidad, si esta ya está vigente. Y los argumentos abundan para un lado y otro. En Uruguay la situación puede tener particularidades que nos impide transferir el asunto y compararlo enteramente con otros países, pero ciertos argumentos son generalizables. Sobre esto quiero plantear algunas reflexiones.
A menudo se argumenta que si la ley de cuotas impone en un punto tener a una mujer en vez de a un hombre, pero este último está más capacitado para el cargo, entonces la ley tiene como consecuencia un detrimento en la calidad de las capacidades que tendrán los representantes ciudadanos en el ámbito político. Esto sería un buen argumento, pero la forma en que se afirma deja de lado el contexto cotidiano donde surgen las figuras políticas. En un marco teórico particular donde ciertas variables entran en juego, tal argumento es factible, pero en el día a día las razones por las cuales una persona alcanza una determinada posición en la política distan muchas veces de ser un tema de capacidad y competencias para el cargo. Por lo que aun teniendo ley de cuotas, la persona mujer que es integrada al cargo o al lugar particular en el sistema político puede estar más capacitada que sus pares hombres, por lo que casualmente puede tener el efecto contrario al que se esgrime en el argumento anterior, o puede suceder que efectivamente ingrese alguien menos capacitado, pero esto no es algo que se da necesariamente por la ley en el contexto actual. En un contexto donde la capacidad, los conocimientos o las competencias de la persona jugaran un rol fundamental en el ascenso político de los representantes ciudadanos entonces la ley de cuotas sí podría tener un efecto perjudicial contra individuos más capaces que resultasen ser varones.
En este contexto también es importante un argumento a favor, el de la representación de la población, la cual está conformada de un porcentaje mayor de mujeres, tiene sentido, se dice, que hayan más mujeres en política puesto que ello implica mayor representación de las mujeres en general. Este argumento, sin embargo, tiene un sustrato débil, e implica una premisa equivocada, la cual refiere a la noción del colectivo y cómo las personas nos agrupamos en términos abstractos. Visto de otra forma, un hombre puede perfectamente votar a una mujer que considera lo representa más en sus ideas políticas, en sus pensamientos acerca de la leyes, acerca del rol del Estado, de propuestas públicas en particular, de su entendimiento de cosas como los derechos o la justicia. Estas cosas son importantes, pero a su vez, decisivas cuando elegimos a nuestros representantes.
Desde un punto de vista individual, el político justo favorece a la persona por ser persona, independientemente de su sexo, etnia u origen racial (de existir algo como raza en el ser humano), creencia religiosa, clase social, etc. De lo contrario estaría discriminando, y es lo que suele suceder cuando personas de grupos minoritarios ven sus derechos negados a nivel político-institucional. Es por ello que lo contrario al ejemplo anterior también sucede: que una mujer puede perfectamente verse más representada en sus ideales en una persona que resulta ser de sexo masculino. Y esto es verdad para cualquier otro caso donde se utilizan argumentos basados en la forma en que colectivamente se agrupan las personas en términos abstractos.
Las personas denominadas de origen hispano, afro-descendiente, americanos-nativos, o de cualquier colectividad religiosa, no están necesariamente más representadas por tener más personas de su origen o credo en el parlamento o a nivel político en general, pues a nivel ideológico y a nivel de valores, que es lo primordial, otras personas diferentes en esos aspectos a uno mismo pueden llegar a representar a uno mucho mejor. Pero lo que es más, el político justo no discriminaría sobre estos factores de agrupación, sino que actuaría para promover aquellas cosas que naturalmente son buenas para las personas por ser personas, por lo que no importaría el origen o el credo religioso. Votar a alguien exclusivamente porque pertenece a esa comunidad con la que uno se identifica puede ser imprudente, y no implica necesariamente mayor representación personal.
Es por esto que es un error decir que una mujer como persona se ve más representada en el ámbito político si vota a una mujer o si hay una mujer en cierta lista con perspectivas a obtener cierta bancada, etc. Las mujeres y los hombres pueden votar a hombres y mujeres indistintamente, la representación no va por el lado del sexo sino por la promoción o defensa de las ideas y valores que el sujeto político presenta. La falsa creencia de la representación política de las minorías o de las mujeres o de ciertas comunidades por tener una persona igual en el parlamento, parece un paradigma donde existen distintas lógicas excluyentes, que en definitiva es un paradigma racista o sexista, pues la lógica es entendible en términos humanos y no raciales o en base al sexo (hombres y mujeres razonan de la misma forma en términos lógicos).
En este sentido muchas veces la noción de violencia de género se termina trasformando en lo mismo que un concepto racista, en este caso diríamos sexista, pues implica que ciertos crímenes son exclusivos de hombres contra mujeres (podría ser de mujeres a hombres pero el sentido usual utilizado es el contrario), lo cual implica luego en la discusión, aunque no siempre evidente, que debe haber algún defecto en los hombres por ser hombres. Pero el crimen pasional, al que refiere casi siempre la violencia de género, o el neologismo “femicidio” (pues aparentemente rara vez se ve un crimen de odio hacia la mujer como tal, en el mismo sentido que crímenes contra judíos por ser judíos, por ejemplo), no es exclusivo del hombre, las mujeres lo cometen también, contra hombres y contra mujeres, y lo mismo los hombres contra otros hombres. Las razones, motivos y causas son los mismos prácticamente, pero con todas las combinaciones posibles de víctimas y victimarios. Esto puede llegar a considerarse relativo si pensamos en la violencia y discriminación contra el colectivo LGBT también como violencia de género, puesto que actos de agresión del tipo cometido contra una colectividad en particular (como el ejemplo de la colectividad judía) es más frecuente y visible contra esa comunidad. Ahora, parece más raro tal crimen de odio contra las mujeres por ser mujeres, donde lo que son actos de violencia pasional y crímenes pasionales que trascienden el género de la persona, y comprenden direcciones diversas (hombres contra mujeres, mujeres contra hombres, hombres contra hombres, etc.) tienen causas más diversas y comunes a las tendencias y psicología de hombres y mujeres por igual, pero de todas formas se los confunde con crímenes de odio bajo el rótulo de “violencia de género”.
Estos debates emergen en un contexto de denominada “lucha por las libertades e igualdad de la mujer”, donde las interpretaciones de la realidad son muchas veces alejadas del sentido común y donde los hechos que se manejan muchas veces son sencillamente falsos, resultando en una combinación de factores que terminan en detrimento de tales libertades e igualdad. Consideremos el ejemplo del movimiento “Free the nipple” en inglés, que vela por la posibilidad de que las mujeres puedan mostrar sus senos en público sin que por ello haya represión policial o castigo por ley, tal como los hombres pueden andar sin camisa o remera en una playa, por ejemplo. Aquí existe un tema cultural por un lado, y un aspecto que se discute respecto al significado biológico y sexual de los senos, en el marco de lo que es aceptable o no mostrar en público. La cuestión aquí no es discutir sobre esos aspectos sino formular una pregunta que considero crucial: ¿realmente es un hecho liberador y de fundamental carácter igualitario que las mujeres puedan tener sus senos expuestos en la vía pública? O visto de otra forma: ¿cambiaría significativamente el poder de la mujeres en el mundo respecto al actual? Pensemos en el hombre, y asumiendo que los senos tuviesen un carácter sexual definitivo, independiente de la cultura, ¿sería algo liberador par el sexo masculino poder mostrar su pene en la vía pública, le otorgaría mayor poder en un contexto social? Si la respuesta fuese afirmativa entonces debería considerarse con más detenimiento movimientos como el “Free the nipple”, pero si fuese el caso contrario, no se debería hacer tanto hincapié en aspectos como ese como si fuesen fundamentales.
Abundan en el ámbito de la igualdad los constantes actos de coerción legitimados por leyes que obligan a las personas a hacer cosas donde no siempre se miden claramente los resultados, que es lo importante en última instancia, más allá de las buenas intenciones, pues estas pueden tener malos resultados. El hombre será más fuerte físicamente que la mujer, pero la fuerza no tiene ningún poder sobre la razón y las propias convicciones, se necesita más que fuerza bruta para ser más capaz que otro, en eso no hay género que esté en desventaja pero acaparar más mujeres a las distintas áreas de la actividad humana en base a la coerción deja en evidencia la falta de cultivo racional, de cultivo de autoestima y superación de un nivel de subordinación, por decirlo de una manera, esto es el aspecto clave en llevar la naturaleza humano a su estado óptimo en relación a la convivencia entre hombres y mujeres.