Imagen de portada: De Ex Machina (2015). Foto cortesía de United Pictures International.
PorLuiz Pessoa, director del Centro de Neuroimagen de Maryland, investigador principal del Laboratorio de Cognición y Emoción y profesor de psicología en la Universidad de Maryland. Es el autor de The Cognitive-Emotional Brain (2013).
Editado por Sally Davies
Originalmente publicado en Aeon.co
Traducción al castellano por Leandro Castelluccio. Link a mis ensayos.
Durante más de dos milenios, los pensadores occidentales han separado la emoción de la cognición: la emoción es el hermano más pobre de los dos. La cognición ayuda a explicar la naturaleza del espacio-tiempo y envía a los humanos a la Luna. La emoción puede salvar a la leona en la sabana, pero también hace que los humanos actúen irracionalmente con una frecuencia desconcertante.
En la búsqueda por crear robots inteligentes, los diseñadores tienden a centrarse en capacidades cognitivas puramente racionales. Es tentador ignorar la emoción por completo o incluir solo lo necesario. Pero sin emoción para ayudar a determinar el significado personal de los objetos y acciones, dudo que la verdadera inteligencia pueda existir, no del tipo que supera a los oponentes humanos en el ajedrez o en el juego de Go, sino en el tipo de inteligencia que los humanos reconocemos como tal. Aunque podemos referirnos a ciertos comportamientos como “emocionales” o “cognitivos”, esto es realmente un atajo lingüístico. Los dos no se pueden separar.
¿Qué cuenta como comportamiento sofisticado e inteligente en primer lugar? Considere una tripulación de robots en una misión a Marte. Para actuar de manera inteligente, los robots no pueden limitarse a tomar fotografías del medio ambiente y recoger muestras de polvo y minerales. Tendrían que ser capaces de descubrir cómo llegar a un destino objetivo y desarrollar tácticas alternativas si se bloquea el camino más directo. Si el tiempo es apremiante, el equipo de robots debería saber qué materiales son más importantes y priorizarlos como parte de la expedición.
Por lo tanto, parte de ser inteligente es la capacidad de funcionar de manera autónoma en diversas condiciones y entornos. La emoción es útil aquí porque le permite a un agente reunir la información más importante. Por ejemplo, la emoción puede inculcarun sentido de urgencia en las acciones y decisiones. Imagine cruzar un pedazo de desierto en un automóvil poco confiable, durante las horas más calurosas del día. Si el vehículo se descompone, lo que necesita es una solución rápida para llegar a la siguiente ciudad, no una solución más permanente que podría ser perfecta, pero que podría demorar muchas horas en completarse bajo el sol. En los escenarios del mundo real, un resultado “bueno” es a menudo todo lo que se requiere, pero sin la presión externa de percibir una situación “estresante”, un androide puede tardar demasiado en intentar encontrar la solución óptima.
La mayoría de las propuestasde emociones en robots involucran la adición de un “módulo de emociones” separado, una especie de arquitectura afectiva empotrada que puede influir en otras habilidades como la percepción y la cognición. La idea sería darle al agente acceso a un conjunto enriquecido de propiedades, como la urgencia de una acción o el significado de las expresiones faciales. Estas propiedades podrían ayudar a determinar problemas como qué objetos visuales deben procesarse primero, qué memorias deben ser recolectadas y qué decisiones conducirán a mejores resultados.
Pero la investigación de las ciencias del comportamiento y del cerebro sugiere que la emoción no es solo una “característica agregada” superpuesta a la cognición “estándar”. En cambio, es una parte integral de nuestra maquinaria cognitiva. En uno de los experimentosde mi laboratorio, la gente en un escáner miraba videos de imágenes rápidas y flasheadas de una casa o un rascacielos. Tuvieron que identificar cuál de estas escenas estaba presente en el video, una tarea diseñada para ser muy difícil. Luego introducimos un elemento de manipulación emocional. Antes de ver los clips, la mitad de los participantes recibieron una leve descarga eléctrica mientras veían una serie de rascacielos; La otra mitad, en cambio, vio aparecer una serie de casas, combinadas con el mismo choque leve. Esto es lo que se conoce como condicionamiento clásico, y vincula un estímulo inicialmente neutral (una imagen anodina) con el significado emocional del estímulo desagradable (el choque).
El resultado: los participantes condicionados a los rascacielos fueron mejores para detectarlos que para detectar casas; a la inversa, los participantes condicionados a las casas detectaron aquellas mejores que los rascacielos. Y en cada caso, las respuestas en la corteza visual fueron más fuertes para el tipo de estímulo (casa o rascacielos) al que los participantes habían sido condicionados. Este estudio muestra que la percepción no es un proceso pasivo que simplemente refleja el mundo externo. Más bien, implica captar el significado de los objetos y determina cómo se procesan. La visión nunca es neutral, siempre está cargada de significado afectivo.
Es la arquitectura del cerebro, con sus conexiones de corto y largo alcance, lo que permite que estas propiedades emerjan. La emoción no surge de los cálculos locales en una sola región, como la amígdala, que con frecuencia se denomina el “centro de la emoción” en el cerebro. En cambio, los estudios anatómicos han revelado que las áreas del cerebro asociadas con la percepción, la cognición, la emoción, la motivación, la acción y las sensaciones corporales están estrechamente relacionadas. Mirar el cerebro como una red compleja ayuda a aclarar por qué algunas estructuras cerebrales, como la amígdala, son importantes para la emoción: son centros, al igual que los principales aeropuertos que se vinculan con una gran cantidad de destinos. Como consecuencia, estas regiones pueden influir y ser influenciadas por muchas partes del cerebro, lo que también sugiere que no es posible sustraer la emoción sin afectar la cognición.
El punto no es que la emoción sea necesaria para los robots inteligentes y autónomos, la respuesta es sí, sino que la emoción debe estar conectada a todo lo que sucede en un sistema cognitivo. La emoción no es un módulo “complementario” que otorga sentimientos a un robot o le permite expresar un estado interno, como el riesgo actual de sobrecalentamiento. Su integración es un principio de diseño de la arquitectura de procesamiento de la información. Sin emoción, ningún ser que podamos crear puede tener alguna esperanza de aspirar a la verdadera inteligencia.
